domingo, 9 de diciembre de 2012

Cuento de la triste solitaria.


No había nadie en las calles.
La lluvia caía sobre la ciudad.
Torrencial.
Caminaba por la orilla de la playa, descalza. Hace unas horas atrás había salido de casa. El encierro me sofoca. La lluvia caía sobre su pelo, disfrutaba la frescura en su cuerpo, su abrigo estaba pegado a su cuerpo, sus zapatos, en sus manos, no servirían de ninguna protección cuando quisiera regresar a casa.
Levante la vista, frente al mar, era el momento en que el sol esta casi por ser tragado. Se sienta. Los tintes del atardecer se adueñan del cielo, rojos, naranjas y algunos rayos púrpuras, deseé haber traído mi cámara. Me quedo quieta, cierro los ojos y siento cada gota que recorre mi cara, intento descubrir los sonidos por separados de las olas que rompen primero, inhalo profundo por si encuentro algún olor diferente al salado que acosa mi nariz. Logra separar un sonido, no son olas, es mas como un crujido, quizás pasos. Ella voltea.
La playa no está tan solitaria como pensé, como estaría en un día de invierno. Hay alguien, camina en mi dirección, no logro saber si es hombre o mujer, la capucha de su abrigo tapa su rostro, y desde aquí, solo veo una silueta.


Es un él, pero ella no lo sabrá hasta dentro de unos momentos. El se debate si hablarle a esa muchacha extraña. Debe ser extraña si esta en medio de una lluvia torrencial, sin paraguas y sin zapatos.
Él se decide. Ahora, ella lo va a conocer
-¿te puedo acompañar?
La silueta se acerco demasiado, ahora esta parada cerca de mi.
Él esta nervioso. El pregunta
Ella voltea la cara con los ojos entrecerrados. La lluvia no me deja ver muy bien. Ella vuelve a girar su cabeza hacia el horizonte. Asiento con la cabeza, sinceramente espero que se siente a mi lado.
El pasa por detrás de ella. Ella suspira infeliz.
El se sienta al lado de ella. Me dan ganas de reír por lo tonto de la situación, pensé que no se sentaría, aunque hubiese sido absurdo preguntar para no hacerlo. Siente que una ataque de risa sube por su garganta.
La mire de reojo y vi como se llevaba sus delgadas manos a la boca y empezaba a reír.
Se sintió avergonzado. El color subió por sus mejillas, y sus manos comenzaron a frotarse arduamente una con la otra. Pensé en preguntarle que era lo que le provocaba risa. Consideró que el hecho de haberle pedido acompañarla, ya había sido suficiente.


Ella reía sin poder parar. El la miraba sin poder parar.


-lo siento- susurró
El asintió con la cabeza y sonrió. Ella rió despacito. Su sonrisa torcida provoco que una risa se me escapara nuevamente de la boca. Logró detenerla.
-¿cuál es tu nombre?- mientras hacía la pregunta me apuntaba con uno de sus dedos. Dudó un momento si decirle su nombre real, barajo la posibilidad de inventarse una vida mientras transcurría la conversación. Mejor no, pensé.
-Victoria. La educación me hace devolverte la pregunta, aunque sinceramente no sé si quiero saber tu nombre o que me lo digas tú. No, no me lo digas, cuéntame de ti y luego adivinare.
Era tan extraña, pensó. Nadie nunca daría una respuesta así, a una pregunta tan fácil y tan común como, “¿cuál es tu nombre?”. Pensó en que cosa le podría contar de su vida, que le interesaría saber.
Ella esperaba en silencio, sus piernas recogidas y abrazadas por sus brazos, su cabeza apoyada en sus rodillas. Un largo cabello color miel salía de su gorro.
El la miro a los ojos
-¿De que color son tus ojos?
-era de tu vida, no el color de mis ojos
El titubeó. Pensó en una respuesta rápida que desecho rápidamente por su tono ,totalmente, acaramelado.
-Tengo 19.
Ella quería saber de que color eran los ojos de él, el sol ya se había escondido y poco y nada le alcanzaba a ver la cara. Quizás café o negros, nunca he conocido a nadie que los tenga grises.
-¿se supone que debo hablar solo de mi? O ¿debo hacerte la pregunta a ti también?, como ¿que edad tienes?.- sinceramente él no sabía esto. Ella lo miró ladeando la cabeza y deseando que las estrellas se apresuraran en salir o que la luna lo hiciera.
-Solo tú, después me tocara a mi- sonrió
-dejo de llover
-eso no es de ti, es del clima
-pero nos involucra, a ti y a mi- ella asintió con la cabeza, dándole una pequeña sonrisa, que el no alcanzó a ver.
-estudio gráfica digital- se quedo mirando hacia el mar un momento. Ella pensó que no había nada mas que contar, pero el siguió
- ¿sabes?, cuando alguien te pide que hables de tu vida, no sabes que decir, por donde partir, que decir. No te conozco y podría pensar que estas loca por tu rara manera de estar aquí, sentada en la playa. Sola. Descalza y sin paraguas. Sinceramente no se que decirte y verdaderamente me intriga el color de tus ojos.
-Yo te podría decir, amigo mio, que es mas extraño pedirle a alguien que no conoces sentarse a su lado. Esperar que esa persona sea tan normal como tú al decirte que si, que te puedes sentar. Aunque, el solo hecho de haber hecho la pregunta, te transforma en una persona que no es normal, y a mi por decir que si tampoco, por lo tanto creo que los dos somos raros
Ninguno de los dos entendió lo que se dijo ni lo que dijo. - terminaron riendo los dos.
No se si es una historia de amor. No se que tipo de historia es. Quizás, ella espera algo así, o quizás no espera nada. El por su parte espera poder conocerla o quizás solo una conquista mas. No lo tengo claro. Se que ella pensaba todavía en que color tenía los ojos él, y él quería saber el color de los suyos.
-¿ya puedes adivinar mi nombre?
-quizás... yo diría que tu nombre empieza con...- y dibujo con su dedo una gran “B” en la arena, el sonrío
-me acabo de encontrar con una adivina, aunque estoy seguro que no adivinaras mi nombre.
-Benjamín. Así te llamaría. Benjamín- sus ojos se cerraron un momento y recordó a un Benjamín de su vida. Recordé cuanto lo quise y cuanto daño nos hicimos. Cuanto deseé retroceder el tiempo y cuanto decidí no arrepentirme jamás de nada hecho.
-no, no me llamo Benjamín
-por un momento deseé que así fuera- ella realmente lo deseo, aunque era absurdo ponerle el nombre a otro hombre, de aquel hombre que quiso tanto algún raro día.
-Yo desearía que te llamaras Victoria- contesto serio. Ella lo miro de reojo y no supo si reír o pegarle un manotazo. Quizás todavía no le podía pegar el manotazo, pensó
Salio de su boca, como sale un improperio. El no sabía por que lo dijo, solo que lo dijo. Pensé en reírme de lo que dije para que ella se relajara, su cara se había tensado cuando dije que desearía que se llamara como se llama, preferí quedarme callado.
Silencio. Olas. Viento
Solo eso se escuchaba de fondo, quizás de vez en cuando la respiración de ella o la de él en un suspiro mas fuerte de lo normal.
Ella recordó cuando conoció a Benjamín. El primer beso. La pelea. Cuando se vieron esa última vez. La llamada. El funeral.
El pensaba en que color serían sus ojos.
Me sentí vacía. El me recordó tanto a Benjamín. Quiso tomar su mano, tenía la leve sensación que sería como la de él.
-¿te puedo tomar la mano?-
El silencio se rasgo con esa pregunta. Esa pregunta, casi, fuera de lugar. Me tomó por sorpresa su pregunta, fue repentina y sin sentido para mi. El dudó y no supo que contestar.
Preferí esconder mis manos en los bolsillos de mi chaqueta. Me sentí avergonzada y tonta. Miró el cielo. La luna se veía detrás de las nubes que ya se retiraban.
El viento se hacía cada vez mas fuerte. El aire cada vez mas gélido y sus cuerpos cada vez tiritaban mas.
El decidió buscar su mano en la oscuridad. Ella las hundió un poco mas en sus mojados bolsillos. Busqué alguna pregunta, alguna frase, algo de lo que pudiera hablarle.
Ella pensaba el porque del él caminando por la playa en plena lluvia.
-¿quieres mi chaqueta?, está seca. Ella contesto, levantándose y sacándose su chaqueta empapada. Él no sabía si voltear la cabeza.
Victoria se fue deshaciendo de cada pieza de ropa que le cubría su delgado cuerpo. La ropa caía con un sonido seco en la arena, casi tan húmeda como la misma que caía sobre ella.
La luna estaba al descubierto, al igual que ella. Sus rayos tocaban cada centímetro de su trigueña piel. Estiro la mano.
-¿me la das?
-sí claro
Cuando lo miré a los ojos descubrí que los tenia grises. Grises con una pequeñas manchas verdosas.
En su nariz brillaba una pequeña argolla. En su muñeca, un tatuaje de un canario.
Ella quiso preguntarle por sus ojos. Él, por su tatuaje.
Ellos no sabían que hacían. Él no entendía por que le había preguntado. Ella no lograba creer que le hubiese dicho que sí.
Todo era un caos. En la mente de cada uno había torbellinos. Cada uno con sus problemas y una puerta con un cartel de EXIT brillando arriba.
El creía que detrás de su puerta estaba ella, con una polera que decía Nueva Oportunidad.
Ella, esperaba que estuviera Benjamín.


El silencio se hizo casi eterno.


Ahora me sentí un poco mas abrigada con la chaqueta. El perfume impregnado lograba sacar el salado del mar de mi nariz. No me recordó a nada. Lo miré. El seguía sentado a mi lado.
Y de alguna absurda manera, esperé o deseé que se quedara ahí.
Se escucho tan fuerte su deseo, sus ganas.


Quede sorda.


Me sentí un poco frustrado por aún no saber el color de sus ojos. Casi como si me hubiese escuchado, me miro y la luna me entrego el color.
Fue tanto su impacto


Quede ciega.
No pude saber nada mas. Los sentía en la playa. De alguna manera seguía sintiendo el mar.
No se que sucedió. No sé si fue o no una historia de amor.
Quizás caminaron de la mano a la ciudad, o cada uno con las suyas en los bolsillos de sus chaquetas. Quizás ni siquiera caminaron juntos.
Quizás el siguió pensando en ella. Y ella en Benjamín
Tal vez. Nada sucedió.
Quizás, no fue mas que un sueño de esta triste solitaria.