jueves, 13 de noviembre de 2014

Compulsivo

Desde hace una hora el mentiroso compulsivo está en la terraza, lo sé. Lo veo.
Alcanzo a ver su reflejo en la ventana. Tiene un poco de labial en sus labios. Gotas de sudor viajan de su frente  a su mentón. Su mano tiembla, mientras lleva el cigarrillo a su boca. No entiendo muy bien porque tengo labial rosa impregnado en mi piel.

Oigo un zumbido.

A sus pies hay dos, no… tres cajetillas de Lucky. Irónico, la suerte se marcho de su vida hace ya mucho tiempo. Hay unas botellas de alcohol, no logro distinguir de qué. Estoy cerca, pero lo suficientemente lejos para que mis ojos no alcancen a ver las etiquetas.
No tengo muy claro cuánto tiempo lleva ahí en la terraza, solo, diciéndose mentiras así mismo, a su propio reflejo. Buscando justificaciones para todo lo que hice y lo que no. Las cosas que dejó de decir, y las muchas otras que gritó, que escupió.

Mueve sus manos, como sacando una mosca, quizás es el zumbido.

Imágenes del día anterior inundan su reflejo. No recuerda muy bien, ni yo, cómo llego a la costa; sólo que la vio. Ahí estaba ella, con pelo negro al viento y sus ojos verdes mirando el mar. 
Recuerdo que reí cuando la vi, parecía un pequeño oso, toda esa ropa, esa bufanda que escondía su boca rosa; los guantes que hacían parecer sus dedos un poco más pequeños; sus botas gruesas. 
Rio, porque hace años que no la veía, hace más que la había dejado, hace vidas que la había encontrado.
Recordó el circo. Ahí la conoció. Ahí la conocí.  Entremedio de las carpas, de las jaulas, de las casas rodantes. Perdida en el centro del campamento, sentada en la tierra con un cachorro arropado en sus piernas; aún oigo su voz. Él podía recordar la voz, lo sé porque suena en mi oído, sobre el zumbido, su voz es más fuerte.

Fue corto, fugaz, casi invisible.

Me invitó a su casa rodante una noche en que la luna llena no se veía. -la mía es la de ahí- apuntó con su dedo largo, casi infinito.  Y me besó, corto, pero infinito, tal como sus dedos.

Duró solo quince días. Su edad, mi edad, la de ella también.

El día decimosexto caminé igual que todos los otros, bajando por los cerros. Desde arriba pude ver el desfile; un camión, varias, demasiadas, casas rodantes y seis jaulas con leones y tigres. Seis, lo recuerdo por qué ese día era seis, seis de noviembre, mi día de suerte hasta ese día.
Porque estoy seguro, ese día ella se llevó la suerte del mentiroso. Se llevó su suerte en ese beso, en esos besos; ella se la robo de a poquito. Se la llevo sin preguntar, y me dejo así como estoy. Un mentiroso compulsivo.

Miro mi reflejo en la ventana, y sus dedos infinitos se van de mi mente. Su voz, se distorsiona, porque otra vez, mi mente se miente así misma. Me deja inerte y luego me sacude. Ni siquiera sé si mi recuerdo es cierto, sé que te lo conté varias veces, ¿siempre es igual? Sí, siempre. Mi reflejo mueve la boca y entiendo que hablo en voz alta de nuevo. De nuevo. Saco la pastilla de mi bolsillo, un trago de pisco, listo.


Logro salir de mi reflejo, de mi mente, de mí mismo. Ahí en la calle, la gente corre. Ese era el zumbido

martes, 11 de noviembre de 2014

Brisas

Las gotas de sudor recorren su espalda hasta llegar a la parte baja. Pasa su  mano por la frente una vez más, en un vano intento de alejar el calor.
Levanta la mirada, y el sol, ese sol amarillo y gigante,  la enceguece.
El mar ruge delante.
La brisa llega por su costado izquierdo, levantando su cabello chocolate que se mete en sus ojos, en su boca.
Levanta aún mas la mirada, una pequeña sonrisa se dibuja en su labios. Quiere levantar los brazos, y creer que vuela, que el viento que la golpea, es el viento del cielo, de los pájaros. Quiere volar.
Mira hacía atrás, y el muelle ya va quedando vacío. El sol está cada vez mas cerca del mar, cerquita. Otra ráfaga de viento la golpea, y otra, y son dos, una por el izquierdo, otra por la espalda.
Y deja el miedo, la vergüenza atrás; eleva sus talones y apoya su estómago en la baranda, cierra los ojos y levanta la mirada hacia el cielo. Abre sus brazos.
Y vuela.
El rugir del viento en sus oídos; golpeando su cara, sus brazos; llevando su pelo hacia sus pies.
Detrás de sus parpados, puede ver el color del sol acercándose al mar. Su sonrisa ya no es pequeña, es gigante, como la abertura de sus brazos, como el camino dispuesta a volar. Gigante como la vida, como su amor, como su alegría Gigante, gigante.